Hace unos días se inauguró el nuevo observatorio de la One Word Trade Center, llamada también Torre de la Libertad, de 541 metros (es el edifico más alto de Estados Unidos y el séptimo del mundo), diseñado por los arquitectos Daniel Libeskind y David Childs. Por las noches, desde mi habitación, observo su silueta iluminada. Me sigue emocionando pasear por esta zona, vigilada por la policía más que cualquier otro punto de la ciudad.
A los pies de la torre, dos piscinas, construidas en el lugar exacto que ocupaban las desaparecidas, recuerdan a las víctimas con sus nombres grabados en su superficie. En muchos de ellos han colocado flores.
Chinatown sigue siendo ese mundo colorista y abigarrado que ha sido siempre, aunque las frecuentes redadas policiales han hecho desaparecer de sus tiendas las copias de firmas elitistas que congregaban en Canal St. a miles de turistas. Ahora las vendedoras salen a cazar posibles compradores. Una china de mediana edad nos susurra si queremos bolsos de firma y nos invita a seguirla, a la espera de un jefe que no acaba de llegar. No nos interesa, y dirigimos nuestros pasos hacia un clásico de este barrio, el restaurante HSF. Siempre que visito Nueva York recaló aquí: excelente comida china, acreditado por la multitud de familias de esa nacionalidad que atiborran sus mesas. Comemos estupendamente por poco dinero. Hay cosas que nunca cambian.
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